Mi gigante.
-¿Papá, tú te vas a morir? -preguntó la niña mientras el padre la veía por el espejo retrovisor.- Algún día, hija, pero no hoy. Mientras tú te haces grande yo me hago viejo, pero te prometo que voy a vivir muchos años para verte crecer y levantarte cuando caigas, para abrazarte incluso cuando seas odiosa y te incomode, para contarte cuentos y ponerme celoso de todos los hombres que te pretendan. – ¿Y por qué te haces viejo? –dijo sin temor a la respuesta, como creyendo que todo era una mentira– Me hago viejo porque así es como debe ser, las sonrisas se van haciendo arrugas, y yo he sonreído mucho, por eso tengo tantas. El cuerpo de tanto correr se va cansando, y pronto mi cabello se va a ir llenando de canas, como el del abuelo y eso significará que me estoy haciendo viejo. La niña no hizo nada, cruzaron miradas y ambos sonrieron. Al día siguiente, muy temprano, la pequeña despertó a su padre con gritos de alegría– ¡Papi, papi! Te regalo este plumón, mira, es permanente –y le ra